viernes, 2 de octubre de 2009

Muere Sadam

LA MUERTE NOS ACECHA

La Vida no me satisface, ni me anima, ni me agrada; se convierte, con el tiempo en una existencia banal, sin sentido, donde las gentes vagan cual mendigo por las calles sucias de la ciudad ya dormida.Nada alberga ya esperanzas de continuar, nada transmite las energías necesarias para caminar hacia delante, todo indica el final, mientras que nada mitiga el dolor que produce el frío metal.En un último aliento me encomiendo al Altísimo, invocando su perdón, implorando su clemencia en éstos, mis últimos momentos de vida. Se que llega el final, aunque nadie me lo ha corroborado, conozco ésta sensación, aunque nunca la he experimentado. Y deseo que ocurra, que acabe con todo esto que no tiene sentido; no quiero continuar donde no se valora más el cariño que el esfuerzo con el que se lucha.Todo se ha convertido inevitablemente en una farsa, ahora ya nada se puede esperar de nadie, pues, tristemente, todo se pierde con el tiempo, y pierde lo que era. Y al igual que el nombre se olvida, se olvida la persona y la esquela que se le dedica.¿Y qué quiere decir todo esto? Esto no es más que una carta, es una misiva experimental, con una sola oportunidad de prueba, ni tiene vuelta atrás ni la espero.Viendo lo que esperamos de la Vida, cuando creemos que nuestra triste existencia tiene algo de sentido y nos vanagloriamos de ello, no podemos ver más allá de nuestras narices y nos arrepentimos al no poder evitar que todo se desaparezca ante nosotros, y nos parece que aquellas meretrices tenían razón cuando se quejaban de la desazón que sentían ante las adversidades del mundo.Y el dolor se prolonga y no llega la muerte, y mi mente se impacienta, esperando su llegada, tal vez intuida, tal vez inesperada, pero nunca rechazada. La Muerte, inevitablemente es nuestro mayor rival, y sin embargo, nuestro mejor y más generoso aliado, pues todo y todos acaban en ella. Solo hay que esperar, ni siquiera hay que desearla para que, tras la esquina, te encuentres con ella.Ahora yo la espero, la espero y no llega, y mi alma desespera en esta dura situación. Solo queda una solución, pero un es muy aceptada generalmente, en la mayoría de las sociedades, y comprendo que el fin he de marcarlo yo si quiero llegar a la misteriosa barca que Caronte ha de conducir hasta el reino subterráneo de los muertos, propiedad de Hades, hermano de Zeus, monarca de dioses.El final se acerca, al igual que yo me acerco a la despensa, donde descansa mi muerte elegida. Solo habré de alargar una mano para alcanzar el pequeño frasco de cristal, donde, una solución mayoritariamente venenosa me llevará al final de aquello que se ha convertido en casi un sufrimiento para mi ser; el no poder vencer las desgracias de la Vida me lleva a ésta decisión, sin vuelta atrás ni admisión personal de otra tramitación.Y dejo esta nota, a falta de algo mejor, como testimonio de mi ida al mundo subterráneo, de mi voluntaria decisión de buscar a quien no quiere venir a por mí, y tomando las precauciones necesarias, me despido de mi ser, de mi cuerpo y todo cuanto poseo. Si Caronte lo permite, increíblemente volveré, para así terminar este experimento necesario para el Hombre.Sin más que decir, me despido con un adiós indeseable, y como siempre he dicho, todo hombre solo es Sombras y Ceniza, nos remitimos a ello, y en ello terminamos..Sin deseo ni motivos para continuar.

EL PALACIO DE LINARES

Muchos españoles se despertaron, el pasado martes, 29 de mayo de 1990, con unos sonidos sobrecogedores. Al poner en marcha, todavía medio en sueños, sus aparatos de radio, éstos emitieron extraños gemidos, susurros y voces que a más de uno le hicieron estremecerse. Eran, según relató más tarde el locutor, voces del más allá, voces de otro mundo. Eran las voces de los fantasmas que habitan el palacio de Linares, en pleno corazón de Madrid, al lado de la mismísima fuente de la Cibeles. El marqués de Linares, su esposa y su ahijada suplicaban a través de las ondas herzianas de las radios el descanso que los siglos les habían negado.
Por aquellos días muchas personas vivieron sobrecogidas por aquellos lamentos de ultratumba que pudieron escuchar en sus propias casas a través de la radio. Desde entonces, la expectación que despertó el lugar donde se ubica esta misteriosa historia de fantasmas y de leyenda generó un revuelo impresionante. Un hervidero de gente pululaba a todas horas por los alrededores del palacio. En torno al tenebroso caserón de los marqueses de Linares, erigido hace más de un siglo, se arremolinaron numerosos periodistas y fotógrafos, videntes, parapsicólogos, junto a una multitud de ciudadanos de a pie.
La leyenda y las voces fantasmales encuentran en el palacio de Linares un escenario de excepción que viene acompañado de una turbulenta historia de amores incestuosos atribuida a los personajes que la habitaron. El paso del tiempo ha convertido lo que otrora fuera una de las más ricas y esplendores casas de Madrid en un lugar tétrico donde los bronces y mármoles, maderas nobles y espejos, adornados con bellos artesonados y frescos, van evidenciando cada vez más el deterioro y la suciedad. Los años han convertido el palacio en uno de los lugares más propicios para asomarse al abismo de lo oculto, de lo inexplicable, de lo paranormal.
El primer marqués de Linares, José de Murga, adquirió en 1872 diversos solares que eran propiedad del Ayuntamiento de Madrid para construir sobre una superficie total de tres mil sesenta y cuatro metros cuadrados lo que más tarde sería conocido como el palacio de Linares. El primer plano del edificio data de 1872, pero hasta el 1900 no se inaugura; es entonces cuando cobra mayor intensidad la triste leyenda de sus primeros moradores.
La turbulenta leyenda de un amor imposible que acompaña desde siempre a los primeros habitantes que hace un siglo residieron entre los muros del palacio, se une a la sorprendente serie de sucesos inexplicables que un grupo de investigadores aseguró haber vivido en el interior del palacio.
Las voces fantasmagóricas comenzaron a escucharse mientras un grupo de estudiosos buceaban en la historia de los antiguos propietarios del palacio, sobre los que desde antiguo había recaído la sombra de un pasado incestuoso.
Según cuenta la leyenda maldita que tiene su origen entre la aristocracia madrileña del siglo pasado, el marqués José de Murga y Reolid Michelena y Gómez, nacido en Madrid, el 13 de febrero de 1833, se había casado sin saberlo con su propia hermana, Raimunda Osorio y Ortega. Raimunda era la hija de una cigarrera hacia la que había sentido una especial atracción el padre del Marqués, un riquísimo financiero de la época que amasó una inmensa fortuna en Cuba.
El padre del Marqués, un hombre de talante liberal, había inculcado a su hijo un sentido práctico de la vida. Al parecer, el rechazo que el acaudalado industrial, Mateo de Murga Michelena, sentía por las bodas de conveniencia tantas veces celebradas para mantener y engrandecer las grandes fortunas de la época, propició que el joven José de Murga conociera a la que sería su esposa en un ambiente poco cercano a los más propios de su condición social. Así fue como el que fuera primer marqués de Linares entablaría relaciones (según la leyenda popular) con Raimunda, la hija de una cigarrera que trabajaba en la fábrica de Tabacos de Madrid.
Cuando el padre del protagonista de esta turbulenta historia supo de las relaciones sentimentales que su hijo mantenía con la mujer que era fruto de los tempestuosos amores que mantuvo hacia 1830 con la cigarrera, una hermosa navarra de <>, envió repentinamente a su heredero a estudiar a Londres con el objeto de que el joven Murga olvidara aquel amor que sin saberlo se encarnaba en la persona de su propia hermana.
Al cabo de un tiempo, José de Murga regresó de Londres y llevó a cabo su firme propósito de contraer matrimonio con su enamorada Raimunda. Ya había fallecido su padre y el matrimonio se celebró (dice la leyenda) sin que los cónyuges supieran su relación de parentesco, aunque algunos investigadores aseguran que ambos conocían el secreto que el padre del Marqués al morir se llevó consigo a su tumba, según mantienen otros estudiosos.
Sea como fuere, la historia popular sitúa al primer Marques de Linares y primer vizconde de Llantero (títulos que le concede el rey Amadeo de Saboya el 11 de febrero de 1873, por los actos benéficos que había ejercido) felizmente casado frente a su escritorio cuando tuvo conocimiento de la estremecedora verdad relacionada a su unión matrimonial. Se dice que José de Murga, además de noble, senador del Reino por la provincia de Segovia y poseedor de una inmensa fortuna heredada de su padre y hermanos, encontró una carta que su padre en vida no llegó a enviarle en la que relataba la incestuosa relación de consanguinidad con su esposa.
Tras conocer con estupefacción su escandalosa situación, los cónyuges a los que supuestamente el papa León XIII les concedió una bula de <> permitiéndoles así convivir bajo el mismo techo en castidad, vivieron con amargura hasta el final de sus días. Hay quienes aseguran que el Marqués al conocer la noticia se suicidó, que sus restos reposan en el jardín del palacio y que desde entonces su espectro fantasmal deambula por las galerías del lúgrube caserón. También la historia popular habla de emparedamientos y desapariciones misteriosas.
La leyenda dio comienzo cuando el 21 de octubre de 1872, el primer marqués de Linares, a la edad de 39 años (una edad muy madura para su tiempo), contrajo matrimonio con Raimunda Osorio y Ortega. Treinta años después, los esposos, que declararon en su testamento no tener hijos ni probabilidad de tenerlos en lo sucesivo, fallecen. Con la desaparición del Marqués, que sobrevive seis meses a su esposa, se abre un auténtico misterio en torno al destino de la incalculable herencia que había dejado.
Es entonces cuando nace una leyenda más, la de una hija no deseada y, que en sus días, pudo escucharse las voces de ultratumba de los Marqueses, vagando como almas en pena en búsqueda de su hija. Unos lamentos que pueden dar pie a creer que algo muy desagradable tuvo lugar entre los muros de la suntuosa vivienda.
En el interior del palacio de Linares se grabaron numerosas psicofonías. Entre otras se puede escuchar la palabra <> y las frases: <>. <> Esta grabación encuentra sentido si hacemos caso de aquello que nos dice la leyenda.
Una vez casados los marqueses de Linares, supieron que eran hermanos naturales; pero ya era tarde. Anteriormente, y fruto del amor que se profesaban, concibieron una niña, a la que la ilustre familia decidió apartar de su entorno para salvaguardar el buen nombre de la casa.
Entonces, la madre de la pequeña, Raimunda Osorio (según esta nueva versión) aceptaría llena de amargura que su propia hija fuera llevada a un hospicio de Madrid y que sus vidas se separaran para siempre, aunque parecer ser que no fue así. Raimunda haría traer en cuantas ocasiones pudiera y con el mayor sigilo posible a su hija, a la que se puso el nombre supuesto de María Rosales. Fue durante una de las visitas secretas cuando la Marquesa hizo señalar a fuego en un hombro de su pequeña las iniciales <> (Marquesado de Linares) y en su espalda el escudo de la casa para que, con el correr de los tiempos, la niña, una vez hecha mujer, pudiera demostrar su parentesco y beneficiarse así de la herencia de una familia que no la quería.
<>, constituye la desgarradora psicofonía en la que María Rosales recriminaría a su propia madre la actitud de ésta al permitir la dramática separación impuesta por la familia. Una familia que en otra psicofonía parece exigir la desaparición de la pequeña: <>. <>
Esta horripilante versión la dió a conocer un anciano que reside en Valladolid, de nombre Isabelino Sánchez Rosales, que asegura ser el hijo de María Rosales y de un cartero de la provincia castellana que se quedó huérfano a una temprana edad. Según diversos documentos consultados, cuando doña Raimunda Osorio fallece, se comienza a realizar el oportuno inventario de los bienes del palacio, pero antes de que finalice muere el Marqués y a su muerte se abre un nuevo testamento ológrafo, realizado el 31 de diciembre de 1901.
En este último testamento el marqués José de Murga nombra como albaceas, entre otras personas, a su ahijada Raimunda Avecilla y Aguado, de quien hasta el momento sólo se sabe que era una mujer soltera y sin profesión, sin una clara vinculación a los Marqueses y cuyo nombramiento testamentario vierte más dudas y misterio aún en torno a la saga de los Linares.
Sobre los descendientes de Raimunda Avecilla y Aguado recae la confirmación de una muerte violenta. Esta mujer, se casó con Felipe Padierna de Villapadierna y Erice y de este matrimonio nacieron José María y María del Carmen que fue asesinada en el interior del palacio de Linares durante la Guerra Civil. Todo ello hace pensar que la inmensa fortuna del primer marqués de Linares no fue a parar a obras benéficas (como en un principio parece que iba a ser destinada), ni siquiera a la niña marcada que un hombre de Valladolid asegura que existió y de la que afirma ser su hijo, sino a una extraña mujer que curiosamente llevaba por nombre el de la propia esposa del marqués de Linares, Raimunda.
La mansión de los marqueses, arquitectónicamente un producto típico de la Regencia de María Cristina en el que intervienen innumerables artistas en su decoración, fue una residencia apenas visitada por los burgueses y aristócratas de la época. Es sabido que los marqueses de Linares, José de Murga y Reolid y Raimunda Osorio y Ortega, hicieron una recatada vida social, quizá para enfrentarse así, con una asumida indiferencia, a aquellos que censuraban su incestuosa relación o quizá simple y llanamente porque la concesión real del título de marquesado a un nuevo rico no fuera bien vista por los aristócratas de su tiempo, pero este último dato no parece corresponderse con la realidad.
La familia Murga, originaria del pueblo de Llantero, un pequeño lugar con Ayuntamiento en el Valle de Ayala de la provincia de Álava, había establecido desde antiguo lazos con la aristocrácia. Dicha familia tiene probada nobleza y está entroncada por diferentes matrimonios con las casas marquesales de Villar del Águila, Urquijo y con los condes de San Carlos. La vida aislada que mantienen los primeros marqueses de Linares en Madrid parece pues obedecer a la existencia de un episodio oscuro que les impidiera relacionarse habitualmente con otros miembros de la nobleza de su tiempo.
Una vez construido el suntuoso edificio, los madrileños de principios de siglo creían ya entonces en el fantasma del palacio. Cuentan que habitaba en la capilla, una lujosa habitación decorada con mosaicos y vidrieras con imágenes de los apóstoles que se encontraba en la planta noble del edificio.
Durante veintitrés años el palacio ha permanecido abandonado, incluso se llegó a especular con su desaparición. La existencia de una leyenda maldita ha hecho que la propiedad pasara por diversas manos sin que ninguno de sus nuevos dueños la mantuvieran por un largo espacio de tiempo ni mucho menos la habitaran. Después de la Guerra Civil el palacio de Linares fue alquilado a la Compañía Transmediterránea y en la década de los sesenta fue vendido a la Confederación de Cajas de Ahorros. Por entonces se rumoreó que se iba a derruir y en su lugar se erigiría una torre para albergar oficinas. Sin embargo, el palacio ha llegado a nuestros días tal y como lo dejaron los primeros marqueses de Linares a su muerte.
Otros propietarios de la impresionante mansión han sido la empresa Teseo, S.A., el empresario Emiliano Revilla y por último, el Ayuntamiento de Madrid, que decidió destinar el palacio para la creación de la Casa de América. El maleficio que parece recaer sobre todos y cada uno de los inquilinos de la noble residencia, tuvo en el industrial soriano Emiliano Revilla su más claro exponente y es por todos conocido, su secuestro se produjo al poco tiempo de haber adquirido el mueble.